viernes, 22 de abril de 2011

CRÓNICAS DE MEDIA SEMANA SANTA: VÍSPERAS. FOTO Y RELATO. 14

            Nada que explicar, menos que entender. Sentir, haber tenido la suerte de nacer y criarme en una ciudad que renace en Domingo de Ramos. Soy sevillano, y tan absurdo y vano me resulta entender por qué cada año al oler a azahar o escuchar los primeros ensayos de las bandas se me eriza la piel, como le puede ocurrir a un valenciano al explicar lo que siente viendo arder su falla, o a un pamplonica al oír el chupinazo. Señas de identidad: teatro barroco en la calle, explosión de sensaciones, sentidos: olor a azahar, incienso, revirá de un paso palio en una calle estrecha, una salida, una marcha, pedir cera a los nazarenos de chico para hacer una bola que cada año iba subiendo de tamaño, vestirme con mi hija de nazareno, ir con ella de la mano, buscar el contraste entre la hermandad popular y la seria de ruán negro, o la cara de la Macarena, idealización absoluta mariana. Y desde exaltación de la primavera a fe popular o sentida, todo cabe.

            Punto y aparte: el simple impacto emocional que se produce en mi alma cada vez que llega esta semana justifica que quiera volcar toda esta amalgama de sensaciones que colapsan mi alma en estas crónicas. Vamos a volver a revivirla: poco a poco, menos paso quiero, izquierda alante derecha atrás, no correr, tos por igual, valientes, a esa es. Volvamos a cambiar el calendario, sevillanos: estamos de nuevo en vísperas. Ésta es, de nuevo, siempre eterna y cada año distinta, mi Semana Santa.
           
            Viernes de Dolores. En las vísperas aún cabe la sorpresa; hermandades jóvenes que aspiran a salir en carrera oficial y que se enseñorean por las calles de su barrio. Y todo puede suceder en Triana, hasta acabar con el tópico de que en el barrio no es posible el silencio. Sobrecogedor ha sido ver procesionar a Pasión y Muerte por la calle Evangelista. Llevan túnica por primera vez: ruán negro, música de capilla, y un crucificado imponente que sale literalmente acostado de un templo poco apropiado para una cofradía por sus dimensiones. La Semana Santa de Sevilla es fenómeno absolutamente vivo y cambiante. Silencio, recogimiento, van de negro, esto es Triana, algo nuevo, pero parece como si llevase siglos sucediendo: otra vez el milagro de la Semana Santa, y aún no es Domingo de Ramos.
             
            Y cruzamos el puente, llegamos a Sevilla: desde Sagasta en dirección hacia la capillita de San José nos encontramos con el Cristo de la Corona. Sale de la iglesia del Sagrario, anexa a la catedral: ruán morado, capilla musical. Nuevo golpe al tiempo y la confusión, una hermandad joven que ya lleva siglos de estilo, y que no desentonaría nada en un Viernes Santo. También extraños detalles: un costalero lleva su costal con una tela de saco con inscripciones en árabe.

            Sábado de Pasión, otra cofradía más que ver antes de que llegue el día señalado del Año Nuevo Sevillano. La Milagrosa discurre entre las calles de su barrio con infinidad de público y gran desorden, pero con virgen bajo palio de devoción y paso de misterio completo con su peculiar guardia judía.











            Pero mañana es Domingo de Ramos y aún queda todo por vivir.

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