martes, 26 de abril de 2011

CRÓNICAS DE MEDIA SEMANA SANTA: MARTES SANTO. FOTO Y RELATO. 17

            Iniciamos estas crónicas hace varios días con el objeto de rizar el rizo: extender la gloria de la Semana Santa más allá de su frontera natural, alcanzar el sueño de la nostalgia: que vuelva a ser Domingo de Ramos en Domingo de Resurrección. Y casi lo conseguimos. Pero este año llueve en Martes Santo. Antes de que se consume la tragedia me apresuro por la mañana a visitar la parroquia de San Benito. La Virgen de la Encarnación preside en su paso muy cerca de la cúpula del altar recién restaurada. Hora cercana al cierre, largas colas para pasar a la capilla aneja donde se guardan montados los pasos de Pilatos y el Cristo de la Sangre. Avance lento, muchedumbre expectante. Mientras nos acercamos,  el pertiguero va apagando la candelería del pasopalio  de Nuestra Señora de la Encarnación, virgen trianera que se mudó a La Calzá.

            La memoria sobrevive a la amenaza de lluvia. Recuerdo a ese Pilatos que con descaro se dirige cada año al público agolpado ante su paso de misterio, secundario de lujo que casi nos deja sin Semana Santa. Y en la espera revive el viejo puente sobre los Caños de Carmona con el titánico esfuerzo de cuadrillas de costaleros subiendo al son de la banda de la hermandad. O años en  que mi madre nos acercaba a la calle Imagen, nos colocaba a mi hermano y a mí en una esquina y a pedir caramelos, porque antes no se daban estampitas, medallitas o imanes para nevera con las imágenes de los titulares de una cofradía, última novedad.
            Ante la amenaza de lluvia sigo recordando mejores momentos, cómo toda mi calle era una fiesta desde el discurrir de las bandas, previo a la salida, hasta el momento de asomarnos al balcón compartiendo café y pasteles con nuestros amigos José Carlos y Manoli.
           
            Llegamos a la nave donde se guardan los dos pasos de Cristo de esta cofradía. Frente a frente, la Presentación de Jesús al Pueblo y el portentoso Cristo de la Sangre. No se asemejan a los de mis recuerdos: un paso en la calle en su procesión es una obra de arte articulada, con vida propia. Vistos así, son esculturas dentro de un museo.  Nos cierran la puerta de la iglesia. Caras de desconsuelo se adivinan tras unos auriculares. Ya en el exterior comprendemos qué sucede: el cielo amenaza con diluviar a una hora imprecisa.  













            Tarde de transistores: una a una todas las hermandades del día deciden no  efectuar su estación de penitencia. Salgo con mi mujer a dar una vuelta por el centro. Palcos mojados, gente vagando de un sitio a otro. La última esperanza: la hermandad de La Bofetá. Deciden arriesgarse, allá que nos agolpamos por la calle Conde de Barajas  para verlos pasar. Aún es posible el milagro. La gente aplaude a su paso la cruz de guía abriendo su cortejo de blancos nazarenos. El cielo se torna gris en exceso, caen dos gotas de agua dispersas, luego goterones, todo se oscurece de repente y un torrencial aguacero descarga sobre nuestras cabezas en pocos segundos. El paso de Cristo acaba de salir, la cruz de guía vuelve sobre sus pasos. Amalgama de figuras cónicas blancas de los capirotes del Dulce Nombre y semiesferas negras de los paraguas con los que nos cubrimos con escaso éxito. Desolación, caos y tristeza. No hay sitio para la lluvia en este perfecto guión de obra de arte barroca en la calle que es la Semana Santa de Sevilla. Pero sí para el recuerdo, y la promesa de que vendrán días mejores.

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