miércoles, 27 de abril de 2011

CRÓNICAS DE MEDIA SEMANA SANTA: MIÉRCOLES SANTO. FOTO Y RELATO. 18

            Hay días en mitad del paraíso: avances o retrocedas estás lleno de gozo por las jornadas pasadas y las glorias venideras. En este universo de  la Semana Santa, transcurrido el Miércoles Santo, es el día perfecto para estancar el tiempo si ello fuese posible: aún queda la esperanza de la cercana Madrugá, esa gloria por venir. Salvando  esta cuestión, el día es muy especial por devociones familiares: si bien el Lunes Santo sale Redención, la cofradía de mi hija y mía, hoy es el turno del Baratillo, hermandad de mi mujer.

            Se repiten los ritos: nervios, ojos iluminados, llegada tarde y en taxi a la capilla de la calle Adriano, y visita de rigor a los titulares de esta hermandad. En una ocupación del espacio ajustada al milímetro, primero visitamos el paso de la Piedad, con quien nos topamos nada más atravesar el dintel abierto de la capilla. No cabe más sublimación por la belleza de la escena de la virgen María con su hijo muerto en brazos que el Cristo de la Misericordia resbalándose sobre el regazo de Nuestra Señora de Piedad, pequeñita, resignada, pero guapa hasta dolernos. Y no está sola: le acompañan angelotes llorando en su canastilla de los más singulares de nuestra semana mayor.
            Atrás, buscando el hueco imposible, avanzando con dificultad entre flashes y familias de rojo, azul y blanco retratándose con los titulares, tras la Piedad, discreta, María Santísima de la Caridad en su Soledad sobre su peana plateada bajo un palio granate, el que mejor se mueve de Sevilla marcha tras marcha desde la Plaza del Triunfo hasta cruzar el Arco del Postigo. Comprobadas las listas en la casa hermanad, procedemos a dejar el hábito nazareno en casa de mi suegra, desde donde sale casi un tramo de nazarenos de esta cofradía (entre mi mujer, cuñados y sobrinos se cuentan hasta seis).

            Almuerzo familiar en pizzería cercana. Dejamos a mi mujer e hija en la sobremesa en casa de la abuela mientras yo sigo mi ruta hacia la Alameda. Allí me encuentro con otro milagro reciente: el Carmen Doloroso, hermandad nueva que no lleva más de cinco años procesionando en la Semana Santa con un paso de misterio que no le falta un detalle y  le sobran otros, como cartelas de Santa Ángela de la Cruz en la canastilla (pecados de juventud). Tras cumplimentar el palio por hacer de la Virgen del Carmen, remontamos hasta encontrarnos con La Sed allá por el Parasol de estreno, el mismo que media ciudad debate sobre si gusta o no.

            Luego volví a recoger a mi hija, y vimos algunas cofradías como el Buen Fin con el alegre llegar a la catedral de Nuestra Señora de la Palma, o La Lanzada. Pero con independencia de todo ello, el día me depara una gran sorpresa: mi hija en sus trece años, aún habiéndose encontrado con sus amigas, prefirió hacerme compañía por voluntad propia. La escucho en sus mil historias, protestas y dolor de pies por estreno de zapatos de tacón mientras  remontamos el Baratillo varias veces para ir a ver a un compañero de colegio o  a su madre.














            Hay que estar atentos y con los sentidos abiertos para disfrutar de estos momentos. Hoy lo de menos ha sido el bellísimo discurrir del Baratillo por su barrio de regreso tras el Arco del Postigo, los ojos de cansancio y felicidad de mi mujer tras su túnica nazarena o el toque de corneta en una larga chicotá hacia Santa Catalina del Cristo de la Sed. Lo que ha hecho maravilloso a este día tan rebosante de belleza y momentos mágicos ha sido la compañía de mi hija.

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