lunes, 25 de abril de 2011

CRÓNICAS DE MEDIA SEMANA SANTA: LUNES SANTO. FOTO Y RELATO. 16

            Hoy mi hija me ha dado una lección que no olvidaré jamás. Los dos somos hermanos de la Redención. Este año se cumple el cincuenta aniversario de la primera salida del palio de nuestra hermandad, con lo que el recorrido a la vuelta va a ser distinto y mucho más largo al pasar junto a la iglesia desde la que efectuó su primera salida.  Todo ello significa hora y media más de estación de penitencia procesionando por sitios inhabituales como la calle San Fernando, Jardines de Murillo, calle San José, vuelta por la Alfalfa y San Hermenegildo hasta recuperar su último tramo casi a la vuelta.

            Sea por rebeldía ante el aumento del tiempo de recorrido, deseos de contemplar un año la cofradía en la calle o cualquier otra excusa extraña, este año he decidido ver los toros desde la barrera. Pues más dura será mi penitencia porque aún me estoy arrepintiendo. Quince años formando parte del mismo cortejo de nazarenos, quizás preguntándome año tras año qué hago yo aquí  para comprobar que pregunto demasiado y disfruto poco de las cosas que me gustan. Rabio al comprobar que me he equivocado, que yo debía ser parte de ese cortejo. Y mientras, mi hija, sola, lo ha terminado entero y ha disfrutado al hacerlo más que ningún otro año. Pero ya es demasiado tarde para todo. Mi penitencia ha de ser muy larga: todo un año tengo para arrepentirme. Lo peor, la sensación de culpa: haber inculcado una tradición a mi hija, transmitirle las señas de identidad que me enorgullecen como sevillano, dejarla sola en su tramo de paso cristo, y que ella me devuelva la jugada con su comportamiento ejemplar. Aun la recuerdo  con su colita y lazo de mi mano con tres años, charlando con todo su tramo. Y desde hoy, diez años después, recordaré con pena y orgullo la lección cofrade que me ha dado.
            Pero ya nada tiene remedio. Hoy mi mujer ayuda a vestir su túnica a un nazareno menos. El día amanece tintado de gris. Mal comienzo: la hermandad del Polígono de San Pablo no puede asumir riesgos: ha decidido quedarse en su iglesia.
Afortunadamente no se produce el temido contagio.
             
            Paso tarde, noche y madrugada siguiendo a mi hermandad, viendo acercarse de lejos a Jesús de la Redención: blanco impoluto, de estreno, andar de costero a costero a los sones de su banda, las palmas extendidas hacia el pueblo. La imagen de Castillo Lastrucci rezuma piedad. Sobra patetismo: Cristo vivo antes de la infamia. Ni una gota de sangre: aquí me tenéis, entereza de Jesús vivo; no creas por dolor o sufrimiento. Y aunque mis dudas sean eternas una foto tuya desgastada me acompaña siempre en la cartera.















            El milagro ya está a punto de concluir: el palio de la virgen del Rocío más sevillana  ha llegado a su plaza. Sones de Rocío y Caridad del Guadalquivir. Estamos tras la banda, la plaza sin luz, destellos de candelería. Ni un susurro en la muchedumbre. Ella se vuelve hacia nosotros, no quiere irse, entrada eterna, sencilla. Resuena el tintineo de los varales cuando el palio avanza despacio, lento, quedo, en susurro infinito. Podemos cerrar los ojos, dejar de oír. No es posible retener tanta belleza. La luna asoma junto a la espadaña de la iglesia de Santiago.        El último varal atraviesa el dintel. Suenan los acordes de la marcha real. Todo ha terminado. El alma me duele dos veces: por la belleza inasible que se nos escapa y por no haber formado parte este año del cortejo de mi cofradía.

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