Mi primera novela fue Sed de infinito. Se presentó en diciembre de 2005 en Sevilla en La Casa de las Sirenas, en una Alameda aún en obras de alicatado. Allí estuvo su editor Carmelo Segura por Entrelíneas Editores, y la doctora Gema Areta. Para mí fue un auténtico lujo contar con mi profesora de Literatura Hispanoamericana y de cursos de doctorado. Jamás podré olvidar su entusiasmado verbo en uno de los momentos estelares de mi existencia.
El Mayo de 2006, la revista literaria Mercurio escribió una reseña sobre Sed de infinito:
PERFUME NEGRO
Por el argumento de esta novela policiaca y ritualesca, pareciera que es continuación o trasunto de Nadie conoce a nadie; ya saben, la novela del inocente Juan Bonilla a la que los de mente arqueológica culparon de la zapatiesta de la Semana Santa de Sevilla de 2000 (cosa que todavía colea).
Viene todo esto a cuento de Sed de infinito. Su arranque obedece a los claros mimbres de una novela de género, el policiaco. A mediados de los 90, un profesor universitario aparece muerto en las gradas que rodean la catedral metropolitana de Sevilla. Tiene el cuello roto y argollado con las cadenas de las columnas catedralicias. Para resolver el caso aparecen tres policías cuyas narraciones hacen de Sed de infinito una buena novela polifónica de perfume negro.
Aparte del recorrido tradicional por emisoras de radio y televisión locales del momento, también el programa EL PÚBLICO LEE de Canal Sur, Jesús Vigorra reseñó mi novela.
Durante mucho tiempo pensé que podría ser autor de una sola obra porque su complejidad me agotó. Mucho que decir, demasiada descarga. ¿Soy un incipiente novelista maduro?, ¿he empezado a escribir demasiado tarde? No, de ninguna manera. La madurez para contar historias es algo relativo y muy personal, lo mismo que la relación entre autor y obra. Kafka quiso que sus escritos desaparecieran con él, y afortunadamente no le hicieron caso. Giuseppe Tomasi escribió su única y magistral novela El Gatopardo ya en su vejez. Por supuesto que no es mi caso: estas líneas solo pretenden ser una reflexión sobre tiempo, obra, mercado y lector.
En el mundo de la escritura nada es viejo ni joven. Igual que en la lectura no hay tiempos para leer, tampoco se es joven, maduro o viejo para escribir. Los buenos libros renacen y se recrean con lecturas y relecturas. Los escritores también maduramos. Detrás, por suerte o desgracia están muchos factores: mercado, suerte, constancia son algunos de ellos. Delante, el lector que disfruta, recomienda y al leer no se deja llevar por las descomunales torres de libros ladrillos en ediciones masivas que inundan las librerías.
Y entrelíneas, aquí hay un escritor aficionado aún en sus principios que todavía tiene mucho que aprender, y encantado de tener un modesto blog con seguidores auténticos.
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