Llega la tarde del día de Reyes y una sensación de vacío y amargor me invade. Cada sobrino y amigo invisible abandona la casa de la abuela, los familiares que faltan duelen aún más entre jirones de papeles multicolores y perfumes de colonias. Luego, cada uno a su casa. Por la tarde, hay que seguir deglutiendo el mermado rosco de Reyes: toda la nata de la leche recalentada en microoondas durante el pasado año la devoramos en estos días de consumo convulsivo. Mañana, vuelta al trabajo, sigue la rueda de las compras, abajo la tristeza: comienzan las rebajas.
Maquillamos la realidad con luces de colores y compras. Con la cartera repleta de justificantes de compras y tiques de regalo, reflexionando con vencida insolencia el modo de abandonar la rueda el próximo año, comienza mi visita al centro comercial correspondiente . Miles de perchas y expositores con producto nuevo, recalentado y especialmente diseñado para estos días. Casi todo aparenta ser nuevo, dispuesto casualmente para ser rapiñado en descomunales cajas de cartón con reclamos poderosos. Abajo el sol, la luna, el tiempo: todo se anula con potentes fluorescentes de maravillosa luz artificial. El género se apila por doquier en miles de rincones y plantas, salvo en la sección de perfumería. Este paraíso de metacrilato se atomiza en miles de celdas con futuristas mujeres ofreciendo esencias de criptonita con poderosos efectos de posesión varonil, lujuria femenina, anulación de los efectos de la gravedad y hasta el tiempo.
Adormecido y extasiado caminaba entre ambrosías y sensuales olores ofrecidos por bellas mujeres de rostros recubiertos por polvos maravillosos y mágicos elixires cuando con una desagradable visión fui expulsado del paraíso. Un enorme pez me miraba. ¿Tú qué, haces aquí?, nos preguntamos los dos a la vez. Al momento apareció un compañero suyo. En un diáfano y gigantesco acuario, estos animalitos sin permiso de nadie ni cobrar, forman parte de un anuncio en vida: la última crema anti-edad con extractos del fondo marino.
Y hasta aquí hemos llegado: que no, que todo es mentira, la edad existe, es simple oxidación, el consumo está planificado desde principios del siglo pasado donde a los inventores de las bombillas los obligaban a fabricarlas para que no durasen más de mil horas de uso, las impresoras tienen un chip que impiden que funcionen bien más allá de cinco años por mor de la obsolescencia programada: todo puede hacerse mejor pero no interesa para que consumamos más. Y allá nosotros con nuestra existencia, pero por favor, como a Willy, liberad a estos pobres peces del interior de su pecera anuncio.
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