sábado, 29 de enero de 2011

DOS PERROS, MI PERRO. FOTO Y RELATO. 4

            Al colocarme el casco apepinado sobre mi gruesa cabeza repito complacido la tan manida y no por ello menos cierta frase que afirma  que la vida son solo momentos. Pocas cosan me relajan y satisfacen más que perderme por cualquier sendero terrizo con mi bicicleta. Llenando mi bidón de aluminio y calzándome unos ridículos culotes enterizos, ya estoy dispuesto para salir de ruta. En una mañana gris retomo la vía verde del río Guadaíra, en un abandono absoluto a merced de la construcción de un tranvía que unirá varios pueblos de la comarca. Encima, el bicho hombre ha cubierto de plásticos la majestuosa imagen de algunos árboles de ribera. Aún en su degradación la imagen conserva cierta inquietante belleza por su similitud con las plegarias budistas que ondean en la entrada de los templos. Pese a todo, aún podemos aislarnos y reconocer trazos de naturaleza  sin adulterar.

            Regresando a casa, sorteando carteles de Prohibido el paso y Ruta temporalmente cerrada, llego a una de esas periferias urbanas maravillosamente inquietantes por su indefinición: junto al campus de una muy moderna universidad, pasta un rebaño de cabras. Dos perros de agua turcos color canela me ladran mientras paro a beber. A una indicación del pastor dejan de hacerlo. No tengo fuerzas ni para volver a montar: esas dos maravillosas criaturas lanudas concentran todo el ganado disperso con un simple silbido de su dueño. Cualquiera de los dos podría ser mi perro y no lo es. Porque yo ya no tengo perro ni sé cómo volver a casa por el nudo que se me acaba de hacer en el estómago.

            Hace meses que falta en mi casa la mirada más tierna que nunca existió, los pequeños ojillos marrones casi ciegos que se fueron apagando poco a poco hasta decir un día: ya no puedo más. Y cada vez que miro al suelo de la cocina, junto al bombo de la ropa limpia, hay un espacio que procuro no pisar: cuidado con mi Yupi, aún duerme. Hay que mirar al suelo, no vaya uno a enredarse con sus torpes patas.

            Si las palabras lealtad y nobleza alguna vez tuvieron algún sentido fue antes de que tú te fueses lamiendo mi mano. Hace tiempo que te debía este relato, mi querido Yupi. La vida sigue, ya ves, y aquí me encuentro con dos cachorritos de tu raza que sí trabajan, y no como tú, mi adorado holgazán. El dolor por la ausencia del amor absoluto de un perro hacia su amo me impide siquiera poder disfrutar del trabajo de un pastor con sus perros.

            Vuelvo a montar y regreso como puedo a casa imaginándote pedido en una inmensa playa del paraíso, ya siempre feliz  acompañado por amos ángeles tirándote pelotas de tenis al mar. Y tú, incansable, con roncos  ladridos vehementes, exigiendo a tus celestiales amos que te tiren una y otra vez la pelota hasta la eternidad.





            Porque sé que existe un paraíso para los perros compartido con sus amos, volveremos a vernos, mi querido Yupi. Y es que no me interesa ningún credo que prohíba la entrada de perros al paraíso. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario