miércoles, 5 de enero de 2011

LA CIUDAD A MIS PIES. FOTO Y RELATO. 1





                      
Hace un par de días subí a Tomares. Sevilla, mi ciudad, podía dominarse desde las alturas diáfanas del Edificio Casino. En no más de media hora van a hacerme una entrevista en la televisión local para promocionar mi novela. Confieso estar algo nervioso, incluso cuando una muchacha me maquilla media hora antes del evento entre ordenadores y la gente de la redacción de la productora. A nadie parece importar demasiado mi presencia. Repaso mentalmente algunas palabras. Óscar Gómez, presentador de Sevilla Directo, me estrecha su mano y me tranquiliza: durará unos ocho minutos. Una chica recoge una cámara gigantesca junto a la silla donde me han acomodado mientras espero. Frente a mí, una foto pegada en un mueble de pladur con un líder de izquierdas barbado en una famosa mariscada a costa del contribuyente. Al fondo un recorte de una señorita ligera de ropa que al observarla produce más frío que excitación por la desapacible y brumosa tarde de principios de enero que nos acompaña.




Voy a estirar las piernas, aún quedan diez minutos. Reflexiono sobre las palabras de una amiga seguidora del blog: dominadas las palabras, dominado el mundo.  Y por eso al decir que Sevilla está a mis pies, mi perverso ego se eleva aún más dejándome llevar por una tirana sensación de dominio. Soy el amo de esta ciudad bajo ese valle, desde la atalaya de esta gigantesca cristalera se domina el territorio, y sus gentes.
Y cierto es: las palabras tergiversan los hechos, su dulzura o brutalidad transforman su significado. Desde la Biblia, quien domina la palabra domina el mundo. Pero todo dominio se basa en dejarnos embaucar o rebelarnos críticamente ante los cantos de sirena. Solo por este motivo merece dominar nuestra lengua: sé lo que dices, o lo que es aún peor, lo que quieres que piense. Así, un expediente de regulación de empleo es un despido encubierto, unas medidas de ajuste son la excusa para que paguemos el despilfarro público y un largo etcétera.




En esas estaba cuando una señorita me manda llamar, subo en un ascensor una planta más, llegamos al ático, tres muchachos controlan la imagen del programa entre una ristra interminable de botones. Recibo los últimos consejos sobre cómo dar mejor ante la cámara, qué perfil poner, el tono de voz para hablar, me colocan un micrófono, la petaca. Y ahora, a embelesar a los espectadores.

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