sábado, 5 de marzo de 2011

UNA TARTA CON BENGALA. FOTO Y RELATO. 8

            Tensa reunión en tarde tediosa. Un trabajo, mi trabajo. Compañeros añorando el café de media tarde, huyendo tras unas opacas cortinas naranjas y verdes en tonos indefinibles. Un maestro aburrido reprimiendo bostezos. Claustro donde se deciden diez mil asuntos de vital importancia, para anotar casi a ritmo taquigráfico. Todo está compactado, medido, perfectamente estudiado y muy trabajado por un equipo directivo exhausto e igual de contrariado ante tanto rigor burocrático. Informaciones pasan, preguntas se hacen, papeles circulan, miradas se cruzan, caras de asombro, extrañeza, sueño, apatía, preocupación, interés, hastío.

            Mi mente busca un punto de huida, lo encuentro en mi socorrida bicicleta: ¿dónde estaría yo ahora?, probablemente en cualquier carril bici camino de algún extrarradio lejano aún por conquistar. Pero con esta luz y ambiente, con dificultad puedo tener energías para pedalear: mejor en un mullido sofá con televisor encendido zumbando a mis relajadas neuronas un soporífero reportaje de animales cazando o copulando en lejanos parques nacionales africanos o asiáticos.
Mis ojos comenzaban a cerrarse al recibir el primer y único codazo con sonrisa incluida de amable compañera pidiendo que pasara el resto del tocho de papeles hacia mi derecha.

            Mesas en forma de U, huida imposible. Cae la tarde, oscurece, anochece. Cuarto punto, petición de brevedad porque aún queda otra reunión más. Pasamos a ruegos y preguntas. Breve silencio, fin de la reunión. De un extremo a otro de la U, haciendo la ola y como si una gigantesca rata cruzase por el suelo de la sala, todos comenzamos a ponernos de pie imitando lo que acaba de hacer el compañero que nos precede. La noticia que jamás quisiéramos escuchar se produce: alguien ruega que volvamos a sentarnos porque aún queda un punto que tratar. Murmullos, protestas, blasfemias inaudibles y resignación. La desesperación se apodera de mi mente: mis piernas, ya rígidas, impertinentes y rebeldes, se niegan a flexionarse. Un par de tirones del brazo izquierdo de mi paciente compañera me bastaron para volver a sentarme y comprender que  jamás saldría de allí.

           Se apaga la luz. Una compañera coloca una tarta sobre su caja en el suelo, enciende una gigantesca bengala, y todos a cantar  Cumpleaños feliz. Toda la tarde ha merecido la pena: como chiquillos hacemos cola para felicitar a nuestra muy querida compañera, recibir nuestra porción y hasta una copa de auténtico champán galo. Hay momentos mágicos y simples que merecen relatarse, y compañeras de trabajo que por su sencillez y simpatía merecieran estar siempre entre nosotros. Pronto la echaremos de menos porque va a disfrutar de una merecida jubilación a una edad en que no podremos el resto. Pero aparte de todo ello, jamás olvidaremos una tarta con bengala al final de un claustro.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario