Reviso fotos de mi reciente visita a Granada. Iba dispuesto a enseñarle a mi hija una joya en el interior de otra y no pude hacerlo: los leones del Patio de la Alhambra estaban aún restaurándose. Contuve mi decepción mientras emocionado comprendí que a mi hija le sucedía lo mismo. Sabía exactamente que en el centro de la plaza faltaba algo muy importante que quería contemplar al llegar a ese lugar: doce discípulos felinos de inocente e irrepetible belleza sujetando una fuente. Los había visto en su libro de Sociales. Para mitigar el desconsuelo de su mirada azul agua le prometí que regresaríamos cuando le devolvieran su alma arrebatada a este sitio. Por supuesto que aún así mereció la pena conseguirle una silla de ruedas y pasearla por las difíciles y empinadas cuestas del lugar ante un inoportuno esguince de tobillo que casi nos hizo quedarnos en tierra.
Toda obra es reflejo de un tiempo y su cultura. Por ello, el grado de sofisticación que alcanzó la civilización que construyó la Alhambra no tuvo igual en la bárbara Europa de su tiempo. Con mucha facilidad olvidamos quiénes fuimos y qué somos, como consecuencia de una bendita y siempre bienvenida mezcolanza de culturas, capas y posos.
Un buen día decidimos que ser europeos es nuestro horizonte. Al final, todo queda en sentirnos más próximos a un sueco que a un marroquí. Descubrimos que estar en Europa solo ha consistido en tener una moneda única y aceptar la soberanía compartida con Alemania. Encima, leyendo el periódico estos días donde el noble pueblo árabe se ha levantado harto de aguantar a tantos tiranos, nos permitimos dar lecciones de democracia a toro pasado y versión light, lo mismo que hizo nuestro sabio continente con Bosnia.
En Túnez y Egipto se ha elaborado sin tardanza un discurso común y coherente: son pueblos que no tienen más que cultura, y en el caso de Egipto, milenios de historia y mucho turismo basado en una simple figura geométrica perfectamente estudiada en Matemáticas. Aquí no hay problema en pedir una transición democrática, pese a los miedos que el simplismo pueda ocasionarnos, porque dudo mucho que el clamor extendido en estos países por la juventud como base de las revoluciones propagadas por internet, solo sirva para la resurrección del coco integrista.
Pero el caso de Libia es sangrante: que un fantoche como Gadafi masacre a su pueblo y reciba como única respuesta de nuestro continente que este individuo deba escuchar a su pueblo en sus deseos de cambio, es de un cinismo mayor que las extravagantes túnicas del tirano. Nos vendemos por un puñado de petróleo y gas a ciertos países como Libia, Arabia Saudí o Kuwait. Y encima quiénes somos nosotros para cuestionar las legítimas aspiraciones de democracia y libertad de ciertos pueblos sean de cultura árabe o no.
He tenido noticias de que el Patio de los Leones ha vuelto a recuperar su esplendor. Volveré a visitar la Alhambra, y espero que para entonces vivamos en un mundo igual de hipócrita pero con menos tiranos. La democracia no es patrimonio de Occidente.