Otra esplendorosa mañana de febrero. Sábado, cielo azul y temperatura ideal para armarse de valor y ganas. Voy a la Vía Verde de la Sierra. Se trata de treinta y seis kilómetros de recorrido atravesando paisajes espectaculares como los inicios del río Guadalete, o la peña de Zaframagón. Estamos entre las provincias de Sevilla y Cádiz. En tiempos de Primo de Rivera se quiso construir un ferrocarril que sirviera para dar vida a la comarca. El proyecto nunca se concluyó, y de tan faraónico propósito solo quedan cerca de treinta túneles que atraviesan paisajes entre olivos, peñas desgajadas, y ríos que fluyen paralelos a nuestro sendero.
Dejando a un lado la pereza, relleno la mochila de vituallas, saco del trastero la bicicleta, la cargo con dificultad entre el maletero y los asientos traseros del coche, y pongo rumbo a Puerto Serrano con la intención de recorrer toda la vía verde en los dos sentidos. La preparación psicológica es importante, así que la necesaria tranquilidad de espíritu que evite posibles pájaras la encuentro con mozarterapia. Mientras conduzco, me relajo y convenzo de mis posibilidades escuchando al músico austriaco; no hay nada más amable para alegrar el ánimo que cualquier obra de Mozart, excepción hecha del Réquiem por razones obvias.
Llegada a destino, comenzamos a rodar, superamos los difíciles principios con desniveles en bajada para romperse la crisma o gastar zapatillas de freno. Y luego, a disfrutar perdido entre naturaleza. Atravesamos un túnel tas otro sin detenernos en ninguno, y esquivando algunos caballos que se guarecen a la sombra.
Tres horas empleamos en llegar a Olvera. Con una débil pendiente hacia abajo, el regreso es mucho más cómodo. Me recreo con reflexiones sobre la actual situación económica del mundo, incluso descanso cerca de un tajo donde otro rebaño de cabras pasa a mi lado. Vuelvo a parar ante la imposibilidad de no ser embestido por estos animalillos. Dos descarados perros pastores de raza labrador se hacen cargo del bocadillo de jamón para la merienda. El pastor los llama, y ellos solo acuden ante la última migaja del bocadillo.
Me encuentro con una familia de senderistas que atraviesa a pie uno de los interminables túneles del recorrido.
- ¿Qué habrá al otro lado?- pregunta la madre- Y el hijo contesta habiendo alcanzado ya la salida:
-¡Mamá, papá, son buitres!
En efecto, ya se divisa desde lejos la majestuosa y siniestra silueta de la peña de Zaframagón, una de las reservas europeas de buitres leonados que con su inquietante planeo acechan ser alimentados con reses muertas. Allá que una veintena de buitres vuelan en círculo ante nuestra presencia.
La metáfora está servida: salimos de la crisis, ¿y qué nos espera al final del túnel?: solo buitres deseando alimentarse con nuestro cadáver. Dos años más tardaremos en jubilarnos, y revisables según nuestra expectativa de vida, despidos a la carta con la excusa de la crisis, pérdidas de cualquier derecho adquirido por los trabajadores, y mucho miedo siquiera a soplarles a los causantes de la situación –los de siempre-. Mientras hay vida, hay esperanza: no dejemos que nos conviertan en carroña. Los buitres están a la salida del túnel.

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